El canto y la consigna, ese fuego poderoso que tanto temen los tiranos, quemaba al rededor de la Alcaldía de San Salvador. Cientos de trabajadores municipales, sin vacilación ni miedo, llegaron a gritarle a Quijano sus exigencias y sus necesidades, que tanto han crecido en estos dos años oscuros. Con Guaraguao de fondo, que los muros de metal no lograban detener, el alcalde no tuvo más que apertrecharse temeroso. ¿Que hacer ante esta multitud decidida y desafiante? ¿Recibirles y convencerles? ¿Negociar y ceder? Difícil decisión para quien ha demostrado poca capacidad negociadora y mucha capacidad atropelladora.
Entonces llegó la respuesta, la única que conocen. Una gran cantidad de sujetos, torvos y agresivos, llegaron desde la Novena calle y atacaron a la concentración arrancando las mantas y pancartas. Con palos y piedras, trataban obviamente de disolver la protesta, y la agresión fascista comenzó. Pero los trabajadores aguantaron, y con ejemplar valentía y arrojo, sostuvieron la plaza. No les quedó otra a los esquiroles que retirarse luego sin lograr lo que era su misión: humillar y sojuzgar al pueblo trabajador, ahogar su protesta y su justo reclamo.
Antes de irse, el alcalde está demostrando su esencia antidemocrática, y si no manifiesta su condena a estos hechos vergonzosos, será cómplice de esta agresión artera.
Vaya nuestra admiración a los valientes trabajadores municipales y nuestro reconocimiento a su prudencia y claridad de pensamiento. A la siempre oportuna y valiosa presencia de la Procuraduría de Derechos Humanos, y a la Policía Nacional Civil.
A nosotros, los que desde un lugar seguro fuimos testigos pusilánimes de estos hechos y no hicimos nada, aunque pregonamos otra cosa, solo nos queda lo que Víctor Jara nos gritaba desde el camioncito de FENASTRAS: "Usté no es ná, ni chicha ni limoná". Y uno piensa...y vuelve a pensar.
miércoles, 14 de septiembre de 2011
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